13 feb 2014

La isla de las sirenas


Bien, el relato de hoy es algo más largo de lo habitual. Quizá a alguno de vosotros os suene el lugar donde transcurre, ya que la acción sucede en el mismo sitio que otro relato mío titulado : El leviatán , que está presente en el libro Hisnal, cuentos para quien no ha dejado de soñar. Este relato  nació a partir de una colaboración con Pedro, quien dibuja, e iba a ser para un cómic. En un principio íbamos a usar la historia del leviatán, pero era muy larga (ya que se trataba de un cómic cortito), así que escribí una similar que transcurriera en el mismo lugar. 

Si hay alguna errata lo siento, pero no he podido revisarla. 



La isla de las sirenas

Era de noche, la mar estaba calma y tranquila. La Luna llena se reflejaba en las aguas mientras un barco pirata se mecía a merced de las olas. Esparcidos sobre la cubierta del navío, varios hombres dormían a pierna suelta rodeados de barriles ahora ya vacíos. Uno de ellos, un tipo corpulento y grande, dormía abrazado a la única mujer que se encontraba en la nave. Tan sólo había tres hombres que no estaban embriagados por el alcohol. Uno de ellos estaba al timón, otro vigilaba subido al mástil y otro más se movía con cuidado por la noche. Se acercó al timonero por su espalda, sigiloso cual felino, tapó su boca y con un cuchillo sesgó su cuello. Viró ligeramente el timón para cambiar el rumbo y dejó el cuerpo inerte apoyado en la rueda que gobernaba el barco para que éste no se desestabilizara. Tras ello, se dirigió al puesto de vigía. Subía con una botella de ron a la vista, y el cuchillo oculto.
–Dellinger, te traigo algo para beber.
Dellinger, que así se hacía llamar su siguiente víctima, le miró y sonrió ante el delicioso licor que traía con él. Cuando terminó de subir, aceptó de buen agrado la botella y comenzó a beber de ella sin darse cuenta que la hoja manchada de sangre, iba a hacer su trabajo. Clavó rápidamente la cuchilla en la espalda, y le arrojó desde el puesto de vigilancia, con tal suerte que el cuchillo terminó de clavarse aún más en el cuerpo del vigía. El ruido del golpe fue seco y apenas percibido por los borrachos piratas. Sólo la chica, acostumbrada a ser despertada de manera brusca, se sobresaltó al oírlo, mas no pudo determinar su origen y volvió a cerrar los ojos. Rápidamente, el furtivo asesino escondió nuevamente el cuchillo, descendió y se dirigió hacia la chica sin más dilación. Tapó su boca y ésta se volvió a despertar sobresaltada, pero al ver la cara de Kandid, se tranquilizó un poco. Kandid, le indicó con gestos que le siguiese, y ella actuó con sumo cuidado de no despertar al oso que le cubría con su brazo.
Recorrieron la cubierta sorteando los cuerpos de los alcoholizados marineros y llegaron hasta una pequeña chalupa. La hicieron descender hasta el agua y se lanzaron al mar para montar en ella y propulsarla con los remos, lejos de la embarcación principal. Estuvieron remando toda la noche hacia una isla que Kandid había visto la tarde anterior desde el puesto de vigilancia. Confiaban en que nadie se percataría de su ausencia hasta que fuese demasiado tarde, y en cierto sentido, estaban en lo correcto. Ningún marinero sería consciente de lo sucedido hasta que amaneciese, mas alguna que otra criatura vigilaba a los dos prófugos desde el mar.
–¿A cuántos has matado?
–A Domínguez y a Dellinger.
–Podrías haber acabado con el capitán Pascual también… Después de lo que nos ha hecho, se lo merece…
–Si le hubiese matado, quizá hubiese dado la alarma antes de morir, y no podríamos haber escapado. Tenía que ser rápido.
–¿Y ahora qué haremos?
–Llegaremos a la isla y con suerte encontraremos una población que nos proporcione cobijo, luego… ya veremos.

No había amanecido un nuevo día y la pareja de piratas, logró arribar a la costa. Vislumbraron un pequeño resplandor verduzco proveniente del interior de la isla, y decidieron buscar allí a las personas. Antes de encaminarse hasta el lugar, escondieron la chalupa lo mejor que pudieron entre unos peñascos, y la ataron para que no se zarandease en exceso. Luego, ya cansados, se adentraron en la isla hacia el lugar que habían acordado.
Llegaron exhaustos hasta la entrada de una cueva. El día ya había avanzado para entonces y resolvieron tomar algo que Kandid había preparado antes de llevar a cabo los dos asesinatos. Era un poco de carne ahumada, pero suficiente para recobrar fuerzas. Penetraron en la cueva deseosos de encontrar a algún samaritano que les brindase ayuda, pero no encontraron a nadie en ella. En su lugar, contemplaron maravillados una pared brillante que semejaba ser esmeralda pura. Intentaron extraer de ella un trozo que sobresalía, y éste se convirtió en polvo tan pronto como fue completamente separado de la pared. Sorprendidos, pero sin demasiado que perder, se adentraron en la cueva y llegaron hasta una sala donde una esfera de luz amarillenta se suspendía en el aire sobre un pedestal. El brillo que desprendía era intenso y acababa tornándose verduzco cuando se acercaba a las paredes, a las que parecía nutrir con su luz. Para Kandid y Obdulia, era molesto a la vista e interpusieron sus manos para protegerse, pues estaban acostumbrados a la tenue luz que emanaba de la pared. Sin embargo, luego pudieron mirar más directamente hacia la fuente de luz.
–¿Qué crees que es? –preguntó Kandid–.
–No lo sé…
Atraídos por el orbe luminoso igual que una polilla por la luz, ambos se acercaron. Se miraron mutuamente antes de tocar la esfera a la vez. Pero no llegaron a tocar la esfera, en su lugar, sus manos se juntaron en el interior del globo luminoso que parecía conformarse únicamente de luz. Sorprendidos y por acto reflejo, separaron sus manos y se alejaron unos pasos del sitio. Y entonces, algo más ocurrió. Provenientes de la singular esfera, salieron rayos de luz que dibujaron figuras en el aire. Primero apareció un pedestal, seguido de un orbe, tras ello lo que parecía ser una persona, y a continuación una sirena. Otro pedestal se dibujó mágicamente, con un segundo orbe encima de él. Las imágenes permanecieron juntas en el aire un periodo de tiempo, y luego fueron apagándose. Kandid y Obdulia se habían quedado maravillados ante lo que acaban de ver, y cuando el último vestigio de luz se hubo desvanecido, volvieron a articular palabra.
–¿Era una sirena? –preguntó esta vez Obdulia–.
–Sí, y una persona, y dos esferas como las que tenemos delante.
–¿Qué significará?
–No lo sé, quizá alguien en la isla lo sepa.
Salieron con sumo cuidado, esperando no encontrarse con la banda del capitán Pascual. La suerte parecía estar de su lado, porque cuando lo hicieron y miraron hacia el mar, pudieron ver la nave a lo lejos, pero ésta no se estaba acercando a la costa. Respiraron aliviados y se internaron en la isla. Confiados, decidieron acercarse a la chalupa a ver si algún indígena había visto la pequeña embarcación y pedirle así ayuda.
Todo estaba en silencio cuando llegaron hasta ella, nada hacía pensar a la pareja que alguien se hubiese acercado al bote.
–No hay nadie –apuntó la chica–.
–Quizás en esta parte de la isla no haya nadie.
–Podríamos remar por la costa y buscar algún puerto.
–Es buena idea.
Apenas se habían montado en la barca, cuando la suerte les fue esquiva. El capitán Pascual, un hombre fuerte y corpulento, salió desde la playa con cuatro hombres más. Dispararon sus armas desde la distancia con la intención de atinar en la pareja, y una de las balas lo logró. El hombro de Kandid fue alcanzado por un proyectil llegado desde la parte de atrás. Obdulia apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando vio salir de la espesura a los piratas.
–¡Es Pascual!
–¡Maldito sea! ¡Rema Duli!
El herido y la muchacha comenzaron a remar mar adentro con la intención de escapar de sus perseguidores que se dirigían a otro punto de la costa para alcanzar otra chalupa que habían ocultado. Remaron fuertemente pero eran cuatro brazos, uno de ellos lastimado, frente a ocho. Además, la pareja estaba extenuada de haber estado toda la noche remando y no haber dormido, mientras que los piratas, estaban más descansados y mejor alimentados. Así que fueron alcanzados a apenas media legua de la playa. No tenían más arma que el cuchillo que Kandid había traído con él, un grave error del que se lamentaban ambos. El filo no era rival frente a las tres armas de medio alcance que llevaban los piratas y que ahora apuntaban hacia la pareja.
–No podéis escapar –bramó el capitán Pascual–.
Los dos se levantaron.
–Al menos teníamos que intentarlo –le respondió Kandid con una sonrisa llena de dolor e impotencia cargada de sarcasmo–.
–Habéis matado a Dellinger y a Domínguez. Ahora moriréis vosotros.
–Podría haber matado a más y sólo maté a los necesarios.
–¿De verdad pensabas que podríais escapar sin pagar por ello?
Kandid se levantó y le tendió la mano a Obdulia para que hiciese lo mismo. Agarró su mano cuando ella se puso de pie también.
–Me secuestrasteis a mí tiempo atrás, y luego también a Duli. Teníamos que escapar.
–¿Acaso te has enamorado de ella?
–Sí.
Sus manos se apretaron fuertemente.
–Podías haber tenido su cuerpo en cualquier momento.
–No es su cuerpo lo que quiero de ella…
–¡Tonterías! –le interrumpió el capitán Pascual–. ¡Matad a los dos!
Los tres fusiles dispararon y acertaron en los pechos de ambos. Debido al impacto, los cuerpos cayeron al agua y comenzaron a hundirse en el mar.
–Tendremos que buscar a otra muchacha para alegrarnos las noches.
El capitán Pascual hizo un gesto con la mano y los cuatro piratas se pusieron a remar hacia la nave.
Kandid y Obdulia vieron su vida pasar delante de sus ojos mientras el mar les reclamaba. Había fuego por todo el navío, las balas volaban y las espadas se clavaban en los tripulantes del mercante. Kandid era un chiquillo de once años cuando aquello pasó. Había conseguido trabajo en el barco como aprendiz y no quería morir. Cuando el capitán Pascual le vio y le tendió la mano, él la aceptó para seguir viviendo. Obdulia recordó la manera en que su aldea fue saqueada y en cómo tomaron a varias mujeres como esclavas. Recordó que el capitán Pascual la había escogido a ella la primera noche y el resto de mujeres se las ofreció a la tripulación. Luego había decidido quedarse con ella y vender al resto de mujeres. Tiempo después Kandid y ella, que eran de edades similares comenzaron a conocerse mejor en la cubierta y se hicieron la promesa de escapar juntos. Ahora finalmente habían escapado del capitán Pascual, juntos…
Dos seres con el torso de hombres y las extremidades inferiores de pez, tomaron a Kandid por los brazos, y otros dos seres con el torso de mujeres y extremidades en forma de aleta, se hicieron con Obdulia. Llevaron a ambos hacia el fondo del mar mientras un mágico brillo amarillento comenzaba a cubrir los cuerpos de la pareja.

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