18 abr 2014

Homenaje a Gabriel García Márquez

Ayer os prometí el relato que no colgué. Tenía pensado escribir sobre algo diferente. De hecho esta tarde aún seguía pensando en escribir algo distinto. Pero, aprovechando la triste ocasión, he querido rendir un pequeño homenaje a mi manera a Gabriel García Márquez. He usado el comienzo de una de sus obras más conocidas (la que por lo visto era su preferida), y a partir de allí he escrito un relato intentando incluír en él el realismo mágico. Espero que os guste mi humilde homenaje. Como lo acabo de escribir no he podido hacer una revisión muy profunda, así que lamento si se me ha colado algún error.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. Era abogado, muchas veces su trabajo consistía en asesorar a uno de los dos miembros de la pareja cuando se producía la ruptura legal. Vivía en una eterna contradicción, él era una romántico, de esos que aún creían en el amor verdadero. Sin embargo, ayudaba a las parejas a separarse. No es auténtico amor lo suyo, decía para justificarse en la intimidad de su casa. Tras ello, tomaba un par de almendras amargas, una drupa por cada uno se los antiguos amantes. Tenían un sabor desagradable y le producían náuseas, por eso las ingería. Las primeras veces, cuando empezó con su peculiar hábito, tenía que escupirlas, pero con el tiempo logró acostumbrarse. Era su peculiar castigo por atentar contra el amor, por justificar su acción, y porque no le gustaba lo que hacía. Pero eran tiempos de crisis, y tenía que agarrarse a lo que podía para llevar dinero a casa. En su hogar, le esperaba Laura, el fantasma de un amor pasado. Con ella compartía las solitarias noches de cada viernes mientras acompañaba la velada con una taza de té.


Al día siguiente, tenía que reunirse con una nueva pareja para acordar de manera amistosa los términos de la separación. Aquel tipo de encargos al menos le producía cierto consuelo, porque al menos parecía que los rescoldos del amor impedían una ruptura violenta. Cerró los ojos y concilió el sueño, como cada noche intentó recordar qué era el amor y se durmió pensando en que iba ayudar a apagar una llama. No le agradaba lo que hacía en su trabajo, pero lo hacía porque era lo que necesitaba hacer.

Se reunió por la mañana con sus clientes. Firmaron el acuerdo clásico. Tenían un niño, la madre viviría con él de lunes a viernes y el padre los fines de semana. Por la tarde no tenía ninguna reunión más y prefirió perderse por las calles de la ciudad. Deambulaba con las manos metidas en los bolsillos. Veía a las parejas de jóvenes ir juntos y se preguntaba cuánto durarían aquellas relaciones. De vez en cuando se le podía ver detenido, observando como caminaba agarrada de las manos alguna pareja de ancianos. Les miraba y sonreía para sus adentros, aquel tipo de relación es la que le hubiese gustado tener, con una llama duradera y auténtica.

Al llegar a su casa, abrió el paquete de almendras amargas. Tomó un par y rompió las cáscaras que las cubrían. De nuevo aquel olor, de nuevo aquel sentimiento. Se las comió y se lamentó de su trabajo nuevamente. No tardó mucho en sentir náuseas, poco después vino una leve hipotermia. Era la primera vez que las almendras le provocaban esa sensación. Por un momento deliró y se sintió un poco Romeo muriendo por amor. Mas no era el beso a su Julieta el que le provocaba su mal. Se arropó lo mejor que pudo para combatir el frío y deseó cambiar de vida. No quería seguir ayudando a romper a las parejas. Sabía que no era lo suyo desde hace tiempo, por eso tomaba las drupas amargas a modo de penitencia. Al ver que no se le pasaba, estuvo tentado de coger el teléfono y llamar a una ambulancia. Entonces probó el beso de su Julieta, un beso en los labios de un antiguo amor ya muerto y cayó rendido en un profundo sueño que no pudo combatir.

Se despertó por la mañana, cogió el paquete de almendras amargas y lo tiró a la basura. Decidió no volver aceptar ningún trabajo que involucrarse romper una pareja, estuviese sus miembros de acuerdo o no. Cogió el teléfono y llamó a un colega de trabajo, habló con él para que llevase los divorcios que actualmente tramitaba.


Posdata: ¿Habéis podido identificar la obra de la que he sacado la primera frase? Estoy seguro que sí.

2 comentarios:

  1. Yo aún no leo esa novela de Gabriel García Márquez, pero sin duda es un relato muy bueno, pobrecillo del protagonista, pero que bueno que al final se decide a dejar de hacer lo que lo hacía sentir mal.

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  2. Aún tienes tiempo para leerla, así que no hay de qué preocuparse. El final del relato cambió conforme lo escribía la verdad jeje.

    Un beso y un abrazo.

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